El proyecto de la desalinizadora. Guillermo Hernández. Los japoneses. Los brasileños. El antagonismo entre Romas y Guerrero. ¿Qué será RAMCODES?
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Son las 7 y 15 de la mañana y ya estoy parado en frente del edificio de Bernard & Shaw, o B&S, como se le conoce coloquialmente a la gran transnacional para la que trabaja Guerrero, listo para asistir a la misteriosa reunión de la que no conocía ni el tema, ni mi función, pero mi intuición me decía que habría algo interesante detrás de todo eso. Antes de presentarme necesito pasar por un baño para cepillarme los dientes, cosa que hago sin mucho gusto porque todavía quiero tener por más tiempo en la boca el sabor de la rica y humeante arepa pelada que me comí en Puerta Maravén; no todos los días tienen arepa pelada, pero hoy viernes, sin dudas, fue mi día de suerte.
Mientras camino por el pasillo acercándome a la oficina de Guerrero, escucho ya su voz en tono alto reconviniendo yo no sé a quién. Casi al entrar me topo con dos hombres en sus treintas y con el inconfundible carnet de B&S que salen presurosos de la oficina de Guerrero con la típica cara de regañados. La Sra. Adams me da los buenos días haciendo el dulce gesto de cerrar los ojos y sonreír al mismo tiempo, mientras me señala con la mano que entre con su jefe.
—«Buenos días», saludo con cautela, como sondeando el ambiente.
Guerrero me mira y dice «¿Listo?», y sin esperar mi respuesta agrega «¡Vámonos!».
Mientras caminamos a la sala de reuniones Guerrero me comenta que había leído mi email sobre los pilotes: «Ya lo sospechaba, están sobredimensionados».
—«López, es raro que un novato haga esto tan rápido. Lo que yo habría esperado es que te pusieras a calcular los pilotes con las fórmulas y te hubieras aparecido aquí con las ojeras en el piso», dijo dejando escapar una media sonrisa que, en una persona normal equivaldría a una sonora carcajada. «¿Has hecho esto antes?», agregó.
Habría querido decirle que sí, que muchas veces, que fui preparador en la universidad de las materias del profesor J.V. Heredia, un maestro muy duro y experimentado, y que, en su oficina, además de hacer que le corrigiera los exámenes de sus alumnos, me exprimía poniéndome a realizar trabajos como estos. Pero no hubo tiempo, la sala de reuniones estaba llenándose ya y debíamos apresurarnos a tomar un par de buenos lugares.
Mientras las personas tomaban sus puestos, Guerrero me explicó que en los bloques K14 y K16 de la refinería se construiría una gigantesca planta desalinizadora. Como el área tiene un fuerte desnivel, se realizará un voluminoso relleno de casi 1 millón de metros cúbicos con materiales del área de corte y otros traídos de diversas zonas de importación.
—«Es una construcción que no debería tener mayor problema», me confiesa Guerrero, «de no ser por el muy corto tiempo que se tiene para hacerla. Esta reunión es para presentar algunos alcances del proyecto, pero sobre todo para escuchar una propuesta de solución de parte de la compañía que va a construir el relleno».
Comienza la reunión Guillermo Hernández, un ingeniero venezolano, de mediana estatura, delgado, de tez morena y cabello negro, con un bigote mal cuidado, que es el Gerente de Ingeniería del proyecto de la desalinizadora por parte de PDVSA, la petrolera estatal venezolana. Lo primero que hace es dar una breve introducción del proyecto utilizando unas tres o cuatro láminas que pasaron raudas por el proyector que con su estridente brillo ayudaba a despertar a cualquiera que todavía estuviera desmañanándose. Hernández intentó hacer la explicación en inglés, pero no es su fuerte. Estoy seguro de que todos agradecimos que un colega suyo hubiera intervenido para hacer la traducción simultánea pues nos acompañaban en esta oportunidad varios ingenieros de Omura, Co., una transnacional de ingeniería japonesa, a quien se le contrató la realización de la ingeniería de todo el proyecto de la desalinizadora.
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Takahashi Matsusai, el Líder de Ingeniería por parte de Omura, tomó la palabra en un inglés gramaticalmente correcto, pero con el imperdible «acento» japonés. Matsusai, un hombre joven, en sus treinta y largos, de unos 1.75 metros de estatura, blanco, con un muy poblado y voluminoso cabello negro que crecía hacia el cielo. Su tono de voz, medio y pausado dejaba ver a un hombre organizado y circunspecto. Su rostro impasible no dejaba ver ninguna emoción, y acompañaba su discurso, a diferencia de nosotros los latinos que nos gusta batir las manos, con los movimientos de las pestañas de unos rasgados ojos negros que sondeaban toda la sala durante su exposición. Matsusai, luego de disertar escuetamente sobre la ingeniería del proyecto, se concentró en explicar la necesidad de construir un terraplén de prueba antes de empezar con el relleno estructural, con la finalidad de realizar algunas pruebas de placa que les dieran a los diseñadores un valor más confiable sobre la capacidad de carga del relleno controlado. Mientras decía esto, trastabillaba con la pronunciación de la difícil palabra «reliability».
Terminada la exposición a cargo de Omura, se levantó el Gerente de Ingeniería de Grandes Minas Gerais (GMG), la constructora brasileña a cargo de la construcción del proyecto, solo para presentar a Sócrates De Viana, el consultor geotécnico de la empresa y que acababa de llegar de Sao Paulo para atender de forma especial esta reunión y otros aspectos relacionados con el proyecto. Muchos, entre los que me cuento, aprovechamos el intermedio para servirnos algo de café negro, que ya estaba dispuesto al final de la sala en humeantes recipientes, para recuperar energía para el resto de la reunión. Guerrero me hizo saber que no quería café levantando su mano en señal de «stop».
De Viana, es un hombre caucásico en mitad de los cincuenta, con cabello lacio, escaso, canoso y engominado hacia atrás, con una imponente estatura de casi 1.90 metros, aunque un tanto encorvado. Tiene un doctorado en mecánica de suelos no saturados por la Universidad de Saskatchewan, en Canadá, y fue alumno del mismísimo Delwin Fredlund, Padre de la llamada «Mecánica Unsat», es profesor titular en la Universidad Federal de Sao Paulo, y ha sido consultor en varios de los más importantes proyectos de presas de tierra y carreteras a todo lo largo de la costa brasileña. Desde que le hizo ahorrar millones de dólares a GMC en un proyecto en Angola que involucraba un muy voluminoso movimiento de tierras, es el consultor de confianza para obras que tienen el reto que presenta la futura planta desalinizadora del CRP.
El Prof. De Viana, en un perfecto inglés, pero masticando las palabras con el muy agradable «acento» paulista, dijo que la solución para construir el relleno en el menor tiempo posible pasaba por conocer primero la capacidad de carga necesaria para el seguro funcionamiento de las estructuras que este va a soportar, es decir, pasa por conocer el requerimiento de resistencia del proyecto. «Esta información debe ser dada por el departamento de ingeniería», dijo sin disculpar la «eñe» que usan invariablemente portugueses y brasileños para pronunciar la sílaba «nee» en «engineering», «Esta y otra información está en la lista de solicitudes que estaremos enviando al final del día a través de una requisición formal. Este conocimiento nos permitirá abordar la posibilidad de compactar el suelo al grado mínimo de compactación necesario para el proyecto, y no para el tradicional 95% del Proctor», terminó.
Esta última afirmación cayó como una bomba en la sala. Hubo un silencio sepulcral. El primero en poner los ojos redondos como dos lunas fue Guillermo Hernández quien buscó con los ojos alguna reacción de parte de Omura. Sin embargo, ninguno de sus ingenieros pareció darse por aludidos, y tampoco Guerrero, como Gerente de Calidad, cambió su rostro cuando fue consultado por la mirada de Hernández que, en vista de esto tomó la palabra con mucha determinación.
—«PDVSA no va aceptar que ningún suelo dentro de sus instalaciones sea compactado por debajo del 95% del Proctor», dijo categórico.
Hernández no es el dueño de Open English, estamos claros, pero todos entendimos claramente el contenido e intensidad de su mensaje.
No me tomó por sorpresa que Vicente Guerrero tomara la palabra. Esto dijo en un tono tranquilo luego de saludar.
—«Guillermo, creo que no nos debemos precipitar. Sugiero que GMG nos presente una propuesta por escrito del método o tecnología que piensa utilizar para que todos podamos detenidamente analizarla. Creo que estamos a tiempo de hacer los arreglos de ingeniería que sean necesarios pues una vez que estén ya como procedimiento aprobado de construcción, nosotros en Calidad vamos a hacer que se invariablemente cumplan. ¿Qué piensas tú, Romas?», dijo volteando la mirada hacia Wilfredo Romas, el Gerente de Ingeniería de B&S.
A Guillermo Hernández le cayó bastante mal la intervención de Guerrero, es algo que todos en la sala pudimos ver por el gesto en su cara; y es lógico porque lo que espera PDVSA de a quien contrata para que le administre un proyecto es su total respaldo, aunque en el fondo Guerrero sí estaba apoyando a PDVSA, pero a su muy particular estilo.
Sin embargo, lo que no entendí al principio fue la actitud de Romas, un regordete hombre dominicano en sus cuarentas, de estatura mediana y cara que mostraba las severas huellas de un acné juvenil que actuó sin compasión, cuando dijo.
—«El criterio del 95% del Proctor es algo que se usa en TODAS obras de movimiento de tierras del mundo, y siempre ha funcionado», dijo en tono y mirada que me juzgué muy amenazador, y remató: «No veo por qué tengamos que cambiar eso en esta obra. Te recuerdo, Guerrero, que B&S es responsable de este proyecto».
El ambiente estaba muy tenso y los ánimos estaban comenzando a caldearse, menos los de los ingenieros japoneses que parecían más bien estar en un estado de meditación profunda, y los de Guerrero que permanecía muy sereno. Yo, por ejemplo, tenía el corazón acelerado por el enojo que me causó la actitud de Romas.
Más tarde me aclararía la Sra. Adams en su oficina—porque Guerrero se negó a decirme algo al respecto—que la bronca entre Romas y Guerrero es de vieja data.
Guillermo Hernández estaba tan enojado que no quiso cerrar la reunión. Otro ingeniero de PDVSA se encargó de hacerlo y pedir que se asentara en minuta que GMG enviaría el procedimiento sugerido y que con base en eso se estableciera fecha y lugar de una próxima reunión. En resumidas cuentas, es consabido que los problemas no se resuelven desde el mismo plano desde donde fueron creados.
A la salida de la reunión Guerrero cruzó brevemente palabras de saludo con De Viana. Luego de intercambiarse tarjetas, al menos eso es lo que vi desde unos metros más lejos de ellos pues la salida de las personas y el arremolinamiento para firmar la hoja de asistencia me lo impidió. Guerrero le hizo una consulta a De Viana y éste le contestó escribiendo algo con su bolígrafo detrás de su tarjeta de presentación.
Guerrero y yo caminamos de regreso a su oficina y me enseñó el reverso de la tarjeta de De Viana. Decía «RAMCODES».
—«Apúntelo en su cuaderno ¿A poco usas cuaderno? ¿Qué tiene contra las tabletas? Quiero un informe completo sobre eso en el lunes bien temprano en mi oficina».
—«¿Y qué es esto?», le pregunté extrañado señalando el escrito detrás de la tarjeta.
—«La tecnología que quiere usar De Viana en el relleno de la desalinizadora».
No era difícil darse cuenta de que el fino olfato de Guerrero había percibido algo muy digno de su interés.
Antes de retirarme, le comenté a Guerrero lo que había comenzado a hacer en la oficina sobre los ajustes a nuestro sistema de calidad, y le referí los problemas que había identificado y las cosas que pensaba hacer para solucionarlos.
—«Sí, ya leí su reporte», me interrumpió y nos despedimos.
Luego de charlar corto con la Sra. Adams y salir al estacionamiento por mi pick-up, encendí el radio para comunicarme con Jaime. Necesitaba saber cómo iba el vaciado pues ya eran casi las 10 y media de la mañana.
—«¡Todo bien, apúrate!», me respondió.
El vaciado terminó sin inconvenientes; me sentí un poco fastidiado al leer en mi block de notas los interminables pasos del procedimiento ASTM, pero el saber que lo estaba haciendo correctamente me dio una gran satisfacción. Por la tarde, pasé a visitar a Mr. Carlson, casi que solo para que me escribiera en la hoja de reporte «TGIF».
—«Charlie, vamos a necesitar para la próxima semana el certificado de calibración de tu nuclear gauge», me dijo en tono cordial pero firme.
Luego de desearle suerte en su acostumbrado vuelo de los viernes en la noche a Aruba o Curazao, dos de las Antillas holandesas vecinas del estado Falcón, para pasar un fin de semana de casinos y de descanso playero, me fui a la oficina pensando en lo que podría estar detrás de la palabra «RAMCODES».
Autor: Freddy J. Sánchez-Leal, sanchez-leal@geotechtips.com
Freddy J. Sánchez-Leal, IC, MI.
Consultor geotécnico y de geomateriales para carreteras.
Profesor en TEC Monterrey y en Instituto Tecnológico de la Construcción (ITC).
Director de la Academia Geotechtips.
sanchez-leal@geotechtips.com
Twitter: @saintloyal
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